Por Aníbal Paz. Publicado el 13/05/2010 en la Sección Leyes y Comentarios de Comercio y Justicia
Por ser un tema tan abordado y tan repetido en estos días, el autor trata de evitar lugares comunes, y eludir evocaciones patrioteras, tan de moda en este mayo bicentenario. Sin tapujos y sin prejuicios el autor brinda su cruda e íntima mirada, sobre el país que tuvimos y el que tenemos, así como el país que anhela tener.
Por ser un tema tan abordado y tan de moda en estos días, tratare de evitar lugares comunes, y eludir evocaciones patrioteras, tan de moda en este mayo bicentenario. Sin tapujos y sin prejuicios les mostraré mi intima mirada sobre el país que tuvimos y el que tenemos, así como el país que anhelo tener. Merece aclararse que pese a mi afición por la historia nacional, mi análisis no puede considerarse de rigor científico sino mas bien debe ser tenido como un análisis personal, en el cual confluyen las improntas que he recibido en mi formación profesional, los legados de tantos autores leídos y releídos, y por supuesto el entorno que me rodea, los periódicos que leo, las fuentes en que abrevo, y las experiencias vividas.
Los 200 que pasaron.
¡Oh Argentina!, país contradictorio, país sin grises, país intolerante y lleno de mezquindades. Nuestra patria, forjada por un puñado de hombres con sanas intenciones, que legaron su herencia en poderosos egoístas, que primero partieron el pueblo en dos bandos irreconciliables, que asolaron nuestras pampas de batallas entre hermanos -que hoy no recuerda ni el mas pintado; y que, luego ríos de sangre, encontraron la paz, pero solo cuando el pueblo se partió en clases, para entrar en nuevos ríos de sangre, motivados esta vez por diferencias en la tenencia de tierras, capital y poder, político y económico.
País mezquino como pocos el nuestro, en el cual pocos afortunados solo velaron por sus propias alcancías, para llenarlas a costa de la inmensa argentina pobre, esa argentina que si no se ve, es porque se es ciego o es porque se oculta. Esa argentina que, como duele verla, se la pasa por alto, se la mira sin ver, se la trata de esconder.
País contradictorio, país demagógico y dictatorial, país democrático y oligárquico. El siglo XX vio pasar tantos bandos y partidos, tantos civilizados y tantos bárbaros, que, casi sin excepciones, dejaron tras de sí su estela devastadora. Así nos fue quedando un legado de miseria, corrupción, atraso, vaciamiento y envilecimiento del poder. Nos quedaron los agravios constitucionales, nos quedó la desunión nacional, la debilitación de la justicia, el miedo interior, la indefensión común, y el malestar general.
Las armas, inútiles cuando fueron llamadas al deber patriótico, se ensañaron con miles de inocentes, y con algunos no tanto. La Iglesia, con sus caras, por un lado tan noble, pía, misionera y educadora, omnipresente allí donde hubo ausencia estatal; por el otro lado cómplice silente en no pocas ocasiones de los vicios del poder. Las Universidades, señoras del saber, acreedoras del legado del grito del año 18, que no siempre pudieron mantener, hoy en día se conforman con servir de trampolines para la vida pública, en los distintos ámbitos de poder, habiendo perdido en gran medida todo el prestigio alguna vez alcanzado. La Universidad para todos, tan declamada, solo es para unos pocos, solo para los que viven en las ciudades de su asiento, ya que el interior del interior sigue expulsando a sus educandos, por falta de propuestas educativas y por supuesto, aun teniéndolas, por falta de espacios adecuados donde volcar la ciencia adquirida tras largos años de esfuerzo y estudio. Todos formamos partes de esta nación, y hemos contribuido en mayor o menor medida, por acción u omisión a la configuración defectuosa del Estado que tenemos, que muchas veces parece ser el que merecemos.
¡Tan rica y tan dolorosamente pobre!, esta Argentina es egoísta sin prejuicios, aunque paradójicamente es tan generosa como pocas. Corrupción, burocracia paralizante, concentración de riqueza y de poder, males endémicos si los hay, han impedido el tantas veces declarado desarrollo nacional, tan escasamente logrado. Como se intuye, todos dichos vicios están aun entre nosotros La corrupción que desde aquel 1810 hizo metástasis en nuestra burocracia es un mal tan grande como el fraude electoral, presente desde siempre, desde la época de Roca -parentela y Unicato mediantes- pasando por la década infame del 30 hasta llegar al sospechado 2007. Basta solo recordar algunos hechos muy recientes que avergüenzan a la nación para poner de relieve las diversas miserias humanas, y que tan lejos han llegado muchos de sus portadores.
Tantas veces se creyó europea esta Argentina, y tantas veces se equivocó. Tantas veces se creyó –infundadamente- superior a sus vecinos que hoy resulta patético y contradictorio afirmar que la nuestra patria es receptora y amiga de “lo extranjero”, ya que mientras a “gringos” recibe con flores, cartas de ciudadanía y trabajo, a los demás, a los vecinos, los recibe con palos y gendarmes, y los recluye en ghettos de miseria, y los hace victimas de un oprobioso desprecio, ingratitud y discriminación; a la par que los condena a una subsistencia tal vez peor que en sus países de origen. Esta Argentina cuyo alegado carácter europeo se agota en la soberbia de la Recoleta y el Puerto Madero, se resiste a la vez a jugar el innegable papel de escolta de Brasil, y se niega a asumir su sangre latinoamericana, sabiendo que no pude “blanquear” la discriminación y el empleo cuasi-esclavizante al que somete a nuestros vecinos inmigrantes, que precisamente vinieron aquí huyendo de dichos males.
Y el pueblo. Ese pueblo argentino tan sufrido y vapuleado. Tantas veces fue el pueblo peón en el ajedrez de enredos que supone nuestra convivencia y supervivencia como Estado. Ese mismo pueblo, tantas veces silencioso, sin voz, y pasivo; tantas veces somnoliento y sin memoria, ha despertado más de una vez de su letargo haciendo sonar las campanas de la libertad, y, cuando no ha habido campanas, ha hecho sonar las cacerolas. Ese mismo pueblo ha mostrado y muestra constantemente sus dos caras, por un lado la indiferencia, la desazón, la miseria, la intolerancia y la sumisión; pero tantas veces ha sacado a relucir su esperanza, su poder, su generosidad, su alma latina y latiente, su entereza y dignidad.
Como podrán ver, esta argentina tiene pocos ejemplos que evocar en estas horas del festejo bicentenario, así como poco tuvo que festejar en su primer centenario, cuando la oligarquía presumía servir de granero del mundo, mientras medio país apenas tenia una mazorca con que alimentarse. En estos dos siglos pasados quedan pocas figuras públicas a quien honrar en el recuerdo colectivo. Por el contrario, todos los hechos que el argentino asume con orgullo como propios, y de los que presume ante el mundo, son producto de notables esfuerzos individuales, conseguidos por puro tesón, fuerza, espíritu inclaudicable, talento, e inteligencia, y en muchos casos conseguidos a pesar de la propia Argentina. Estos ejemplos de seres extraordinarios, pese a ser reivindicados como propios por toda la nación no dejan de ser logros individuales, que en poco han beneficiado a la argentina toda, salvo las contadas y efímeras alegrías deportivas, con que se identifican todos sin bandos ni distinciones, (Alegrías que espero sinceramente se repitan en este año).
Argentina 2010.
La Argentina que conozco otorga hoy en día grandes libertades a sus ciudadanos, que pocas veces son bien utilizadas. Esas mismas libertades que por estas épocas que corren pretenden ser cercenadas o controladas desde el vértice del poder, muchas veces son usadas para dañar o perjudicar al otro, en esta Argentina envidiosa. El abuso del derecho, el abuso de libertades y facultades muchas veces generan tanto daño como la ausencia de las mismas libertades, derechos y facultades. La patética relación de amo-que-da-de-comer somete a nuestros gobernadores a la más patética genuflexión y obsecuencia, la cual a su vez les permite sostener el lamentable esquema de votos-por-bolsones o apoyo-por-subsidios.
Los grandes males de nuestra era, sin agotarlos a todos, comienzan con la estupidización detrás de medios con escasos contenidos; la extrema judicialización de la vida institucional y política del país; la carencia de seguridad, seriedad y coherencia jurídica; la mirada esquiva; la intolerancia hacia el otro; la incomprensible necesidad insatisfecha que tenemos de generar un dialogo franco y honesto; la falta de participación en problemas de todos; la ausencia de voces sinceras y puras que eleven su grito en contra de las injusticias; el control sobre quien-opina-que; la maniquea interpretación de la sociedad y de sus actores; el estado de crispación que se pretende instalar, entre tantos otros males que encierran nuestras fronteras. El argentino parece sentirse preso, tras las rejas de su propio hogar, ante la sensación creciente de inseguridad; rehén del piquete ajeno; y enemigo declarado la sana confrontación con la idea opuesta. El argentino permanentemente huye de antiguos fantasmas, que muchas veces ni siquiera lo persiguen; escapa de protagonistas de historias inconclusas, y huye de los vicios ocultos de este país defectuoso.
La Argentina que anhelo.
Ante semejante panorama que he trazado, debo aclararle al lector que por esencia, por personalidad y espíritu soy una persona optimista y positiva, aunque en esta oportunidad -para diferenciarme del resto de las evocaciones de rigor y para llamar a reflexión- he decidido sencillamente mostrar todo lo malo que veo en este bendito país. Quedará el Billiken para quien pretenda una imagen inocente del país en su 200° cumpleaños. Y, en fin, para quien quiera endulzarse la lectura, con frases hechas y lugares comunes, quedarán las evocaciones de los editoriales “políticamente correctos” que se sucederán en estos días patrios.
No debería ser motivo de festejos un bicentenario vacío, sin grandes logros, sin nada nuevo que mostrar, con poco en que creer y con nadie a quien seguir. No deberíamos festejar con cortes de cintas estudiados, ni con ágapes prefabricados, ni con poses para el periódico de mañana.
Yo por mi parte festejaré cuando la Argentina que amo comience a enseriarse, cuando vea en los ojos de la gente ese fuego interior que indica que han visto una inequidad y que pelean por repararla. Yo festejaré cuando dejemos de ver en el otro el problema, y asumamos que el problema somos todos, y de la mano podremos solucionarlo, por el bien del conjunto y sin inmolar a nadie en el camino.
Yo festejaré cuando me devuelvan la confianza depositada en la urna. La sociedad está ávida de nuevos líderes, pero la sociedad ya no es necia ni inocente. La sociedad no busca las caras nuevas solo por la novedad. La sociedad busca un nuevo paradigma. Una nueva relación entre la gente y sus líderes. La novedad estará dada cuando en el horizonte aparezcan nuevos referentes, con nuevos valores, que privilegien honestidad y servicio, por sobre nepotismo y bolsillo. A falta de líderes, me comprometo a dar el paso al frente cuando se me requiera, y a exponer mis ideas como lo hago en esta hora, sin temores ni vergüenzas, porque lo líderes que este país necesita se forjan desde adentro, desde lo íntimo, para saltar al público con una personalidad formada en valores incorruptibles. No es esta una auto-postulación, ni mucho menos, sino tan sólo un llamado a despertar, a saberse líder de uno mismo, y a pretender cambiar para mejor el entorno próximo, ya que el buen liderazgo se requiere hasta para jugar a la pelota. Cuando llegue la hora, en el lugar que me toque en suerte, daré el paso al frente para decir lo que pienso y predicar con el ejemplo, algo que tanto falta en este país egoísta.
Para quien, luego de leer este comentario, haya resultado lesionado en su punto de vista, le ruego que ponga la otra mejilla, ya que sobre el lado oscuro de nuestra patria restan litros de tinta por correr y numerosas paginas por revisar. Porque digo lo que pienso, y porque pienso lo que digo, festejaré el bicentenario al comprobar que todavía quedan medios independientes, que permiten la libre expresión, sin miedo a la Corporación y sin miedo a la Gobernación.
Yo por mi parte, y ya en una visión mas intimista de mi país, anhelo que otros como yo puedan sentirse tan afortunados de formarse en universidades publicas, crecer profesionalmente y trascender en cierta medida; festejo que este país me haya permitido, no sin desencantos, peligros y grandes esfuerzos, convertirme en orgulloso padre de familia, y engrandecerme con el amor de mi mujer, esa gran mujer que me nutre y me sostiene. Anhelo que otros puedan verse en ojos ajenos como yo lo hago y encontrar un espejo sincero, que no siempre devuelve la visión autocomplaciente que uno pretende.
No es tarde aun para mejorar nuestro país. Tenemos cien años por delante antes de la próxima revisión histórica. Tenemos tiempo de sobra para dejar nuestra impronta, para escribir aunque sea una sola línea en la historia. Es un hecho que no veremos tricentenario del 2110, pero podremos participar en aquellos festejos cuando se evoquen los tiempos presentes en los cuales si tenemos injerencia. No es necesario mover montañas para quedar en la historia, se requiere tan solo de voluntad, empatía, dialogo, aptitud de servicio, honestidad, creencias, valores, y sobre todo una actitud diferente. No me refiero a quedar en la historia grande, esa de los libros que más de uno nunca leyó, me refiero a la historia cotidiana, a la historia pequeña de nuestro entorno. Me refiero a esa historia que permitirá en un futuro evocar el tiempo presente y afirmar sin sonrojarse “que lo que hace grande a la Argentina es su gente”, y esa gente, en el futuro, seremos nosotros.
Yo festejaré cuando tan solo alguna de mis palabras sirva de inspiración para que alguien escriba tan sólo una línea en su propia historia. ¡Salud Argentina! Queda mucho por caminar y apenas si estamos “gateando”.
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